13 de mayo de 2017

EL QUE ME VE A MÍ, VE AL PADRE


Reflexión homilética para el V Domingo de Pascua, ciclo A
Continuamos la lectura de los Hechos de los apóstoles.
Ten presente que este libro de la Biblia es la historia de los primeros años de la Iglesia de Jesús.
Recuerda también el origen trinitario de la “misión” de la Iglesia:
El Padre amó tanto al mundo que envío a su Hijo para salvarlo (a esto llamamos la primera misión trinitaria: Encarnación).
El Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo (segunda misión: Pentecostés).
Y el Espíritu Santo, el día de Pentecostés, envió a la Iglesia (tercera misión) con la promesa de que ella continuaría siempre la evangelización, contando con la presencia de Jesús misionero, “yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”, y con el poder del Espíritu que “os llevará a la plenitud de la verdad”.
La lectura de los Hechos de los apóstoles nos ayudará a todos a ser fieles y transmitir el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo.
*        Problemas caseros
Todos somos muy humanos y la lectura de los Hechos nos lo recuerda en este día.
Ojalá solucionemos siempre los problemas humanos con la eficacia y fe con que lo hicieron los apóstoles:
A la hora de compartir el suministro diario, resulta que las viudas de los griegos no eran bien atendidas. ¿Solución?
Los apóstoles advierten que ellos no tienen tiempo para ocuparse de la administración:
“Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la palabra”.
Y para solucionar el problema con eficacia constituyeron siete hombres de buena conducta a quienes llamaron “diáconos”. Les impusieron las manos y volvió la paz.
Termina el párrafo advirtiendo cómo “crecía mucho el número de los discípulos. Incluso muchos sacerdotes aceptaban la fe”.
Tengamos en cuenta que la caridad siempre es la mejor solución de nuestros problemas pequeños o grandes.
*        Salmo responsorial (32)
Nos invita a confiar en la misericordia de Dios:
“Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros como lo esperamos de ti”.
*        La piedra angular
Muchas veces encontramos en la Biblia ya en el Antiguo Testamento, sobre todo en el salmo 117, alusiones a la piedra angular. ¿Qué significa esto?
Es simplemente una hermosa comparación.
San Pedro hoy nos dice que la piedra viva desechada por los hombres fue escogida y preciosa ante Dios. Cuando se construye hay que poner los cimientos sobre roca viva.
La comparación es bonita: la Iglesia es como un templo, pero no construido con piedras muertas, sino como dice Pedro:
“Vosotros, como piedras vivas, entráis en la construcción del templo del Espíritu”.
En esta comparación Jesucristo es la piedra angular sobre la que se cimenta toda la construcción del Reino en la tierra.
De aquí pasa San Pedro a dar distintos nombres a esta Iglesia que formamos Cristo y nosotros:
“Raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios…”
Pablo, además de hablarnos de la construcción, utiliza otra comparación más conocida, la del símil del Cuerpo en el que Cristo es la cabeza y nosotros los miembros.
¡Bendita Iglesia que tiene a Cristo como cimiento, cabeza y corazón!
*        Versículo aleluyático
Nos recuerda las palabras de Jesús que leeremos en el Evangelio:
“Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”.
*        Muéstranos al Padre
El Evangelio nos lleva a un momento bellísimo de la intimidad entre Jesús y los suyos en el ambiente de la última cena. Te invito a profundizar porque hay mucha riqueza en cada uno de estos versículos.
Quizá uno de los que nos llama más la atención es la simplicidad con que Felipe le dice a Jesús:
Tanto nos hablas del Padre, “muéstranos al Padre y nos basta”.
La respuesta de Jesucristo no deja de encerrar su misterio. De hecho nadie puede ver al Padre en este mundo, pero el deseo de verlo es muy importante.
En el fondo, lo que enseña Jesucristo se aclara mejor con el capítulo cinco de San Juan, donde leemos cómo todo lo que hace el Padre lo hace el Hijo y por tanto ver las obras de Jesús es como ver actuar al Padre.
De ahí estas profundas palabras:
“Creedme, yo estoy en el Padre y el Padre en mí. Si no, creed a las obras”.
Y la conclusión del párrafo es realmente hermosísima y una invitación para que todos nosotros ahondemos en el misterio santo de la Trinidad:
“El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago y aún mayores. Porque yo me voy al Padre”.
Que en esta Pascua, amigos, nos unamos más cada día a Jesucristo, nuestro único Salvador y amigo verdadero.
José Ignacio Alemany Grau, obispo