18 de marzo de 2017

SI CONOCIERAS EL DON DE DIOS

 Reflexión homilética para el tercer domingo de Cuaresma, ciclo A


Este domingo nos trae un recuerdo de la ternura de Dios bajo la bellísima comparación del agua viva. Oiremos a Jesús diciéndole a la samaritana: “Si conocieras el don de Dios”.
Para nosotros el don de Dios es Cristo, y el Espíritu Santo el que llena nuestros corazones del agua viva que salta hasta la vida eterna.
  •         El agua de la roca
El pueblo hebreo sediento murmura contra Moisés. Le faltaba algo fundamental para la vida:
Están en el desierto y no hay agua.
El pueblo desesperado grita pidiendo agua. La situación se torna muy grave.
Moisés acude a Dios diciendo: “¿Qué puedo hacer con este pueblo? Poco falta para que me apedreen”.
Dios le dice que tome su bastón milagroso, el que utilizó en Egipto y abrió las aguas del mar Rojo,  y golpee con él la roca ante los ancianos de Israel.
Este debió ser un momento difícil para Moisés. Temió, dudó, y en lugar de una, golpeó dos veces a la roca.
La duda de Moisés le resultó cara ya que no pudo llevar a su pueblo hasta la tierra prometida. Por otra parte, este lugar quedó como un lugar de castigo donde el pueblo tentó a Dios.
La grave tentación consistió en dudar del Señor diciendo: “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?”
  •   Salmo responsorial 94
Es un salmo que se refiere precisamente a este momento en que el pueblo oyó a Dios: “me pusieron a prueba y me tentaron aunque habían visto mis obras”.
Recordemos que Jesús dijo: “no tentarás al Señor tu Dios”.
Tentar a Dios es un pecado grave de desconfianza.
  •  San Pablo
El apóstol nos habla de la justificación por la fe que nos pone en paz con Dios. También nos habla de la esperanza que no defrauda y, finalmente, del amor, diciendo:
“Porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado”.
Advierte San Pablo que la prueba más grande del amor que Dios nos ha tenido es que “cuando nosotros todavía estábamos sin fuerza, Cristo murió por los impíos”.
Meditemos bien estas palabras tan profundas: “la prueba más grande de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros”.
  •   El Evangelio de la samaritana
En este ambiente del agua como don de Dios, y del Espíritu en ella simbolizado, tenemos el bellísimo capítulo 4 de San Juan.
Meditaremos unos puntos concretos que nos ayuden a vivir más profundamente la escena:
*Jesús muy humano (estaba cansado) revela su divinidad (“Yo soy”) y convierte a una mujer y a su pueblo, Sicar.
*Cansado del camino, era la hora sexta, es decir el medio día, había caminado y hacía calor…
Jesús inició la conversación.
Un rabino nunca habla en público con una mujer, y menos samaritana, pero Jesús es el que empieza la conversación diciéndole: “dame de beber”.
En el prefacio de hoy leeremos:
El Señor “al pedir agua a la samaritana ya había infundido en ella la gracia de la fe, y si quiso estar sediento de la fe de esa mujer, fue para encender en ella el fuego del amor divino”.
*Admiramos a Dios pidiendo a una criatura agua, cuando Él mismo es la fuente de toda agua viva.
*Piensa que el agua viva del Espíritu Santo es la que tú recibiste en el bautismo, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios…
*Jesús y la mujer hablan dos lenguajes distintos: ella habla del agua que la trae cada día al pozo y Jesús habla del agua viva que se convierte en un surtidor, la del Espíritu Santo.
*Interesante también es la discusión sobre dónde adorar.
Jesús advierte que en adelante los “verdaderos adoradores adorarán en Espíritu y en verdad”. Pero de todas maneras aclara que hasta ahora la adoración que pidió el Señor se debió hacer no en el  Garizim, sino en el templo de Jerusalén, porque de allí viene la verdad.
*Cuando la mujer habla del Mesías que va a venir pronto, Jesús le revela su divinidad: “Yo soy, el que habla contigo”:
De esta manera Jesús ha llevado a la mujer desde el agua del pozo hasta la riqueza del agua en el Reino. Y ella deja el cántaro, como quien deja todo lo que tiene, pues se ha convertido totalmente y siente la necesidad de irse a evangelizar a los suyos.
*Su testimonio humilde “me ha dicho todo lo que he hecho… ¿será Él el Mesías?”, llevó a los hombres de su pueblo hasta Jesús.
El fruto de todo este episodio es la conversión de los samaritanos de Sicar que le decían a la mujer “ya no creemos por lo que tú dices. Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo”.
Amigos, estamos en tiempo de falta de agua, aunque ha llovido mucho.
Esto sucede con frecuencia: mucha agua en la tierra pero nos falta el torrente de agua viva, el Espíritu Santo.

José Ignacio Alemany Grau, obispo