5 de abril de 2016

Reflexión homilética para el II Domingo de Pascua o de la Divina Misericordia, ciclo C

LA DIVINA MISERICORDIA
En la octava del día más hermoso de la vida de la Iglesia, la Pascua, la liturgia quiere que pensemos que todo, encarnación, muerte, resurrección y permanencia de Jesús con nosotros es fruto de la misericordia.
Esta misericordia tiene fuente en el Padre. Se nos hace humana, nuestra, en el Hijo encarnado por obra del Espíritu Santo.
Si Dios es misericordia nos toca reconocerla, adorarla y agradecerla. Un día especial para ello es este domingo.
La fiesta es instaurada por San Juan Pablo II pero ya la liturgia la traía como una verdad de fe en sus reflexiones, lecturas y oraciones de este día.
* La oración colecta
Ya en esta oración que recoge las ideas centrales del día, aparece la invocación al Dios de misericordia, le pedimos “que acreciente en nosotros los dones de tu gracia para que comprendamos mejor la inestimable riqueza del bautismo que nos ha purificado, del Espíritu que nos ha hecho renacer y de la sangre que nos ha redimido.
A este domingo se le llama también in albis porque los bautizado, el día de la Pascua, vestían sus túnicas blancas y hoy se despojaban de ellas.
Por eso encontramos distintas alusiones al sacramento del bautismo, el primer don que Dios nos ha dado en su misericordia infinita.
* Los Hechos de los apóstoles nos cuentan cómo Jesús proseguía sus milagros a través de los primeros apóstoles. Se trataba de seguir manifestando que el plan de Dios misericordioso continuaba. Por eso leemos: “la gente sacaba a los enfermos a la calle y los ponían en catres y camillas para que al pasar Pedro, su sombra por lo menos, cayera sobre alguno.
Mucha gente de los alrededores acudía a Jerusalén llevando enfermos y poseídos de espíritus inmundos y todos se curaban”.
¿El fruto de todo esto?
Dicen los Hechos “crecía  el número de los creyentes, hombres y mujeres, que se adherían al Señor”.
* El salmo responsorial nos hará repetir:
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
Es el salmo 117 que encierra tan bellos pensamientos y nos invita a recordar la misericordia continua de Dios en la historia de la salvación.
* El párrafo del Apocalipsis que hoy meditamos es precioso.
Cuanta cómo Cristo glorioso, se presenta a Juan, el apóstol.
La aparición sucede el primer día de la semana, es decir, el domingo, el día de la resurrección de Jesús.
Es la primera vez que aparece esta palabra “domingo” o “primer día de la semana” en todo el Nuevo Testamento.
Juan ve algo maravilloso. Siete candelabros de oro, símbolo de la Iglesia, y en medio aparece Jesús con las vestiduras propias del sumo sacerdote del Antiguo Testamento.
Recibe el nombre del “Hijo del hombre”, como lo había llamado Daniel en su profecía.
Su vestido blanco indica la resurrección. Participa de la eternidad de Dios simbolizada en los cabellos blancos y sus ojos son como de fuego que lo penetra todo.
Después viene la definición que Jesús da de sí mismo: “Yo soy el primero y el último. Yo soy el que vive, estaba muerto y ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte y del abismo”.
Descripción bellísima que debes meditar.
* El aleluya nos recuerda la alabanza que Jesús nos da a ti y a mí.
Tomás creyó al ver a Jesús pero nosotros somos dichosos porque creímos en el Resucitado sin haberlo visto.
Bendito tú amigo, porque has creído sin ver. Lo ha dicho el Señor:
“Porque me has visto Tomás has creído. Dichosos los que crean sin haber visto”.
* El Evangelio de Juan habla del primer día de la semana cuando Jesús entra sin avisar:
“Paz a vosotros. Como el Padre me envió yo los envío”.
Está claro que son enviados para hacer lo mismo que Jesús: transmitir la misericordia.
“Luego exhaló su aliento y dijo: recibid el Espíritu Santo para perdonar los pecados”.
Más misericordia. Más regalos.
A continuación nos cuenta San Juan que no estaba Tomás, la semana pasada, el día de la Pascua.
Llegó ocho días más tardes, es decir hoy, el día de la Divina Misericordia.
Jesús llega y habla directamente a Tomás. Él cae de rodillas y nos enseña una bella oración:
“Señor mío y Dios mío”.
Todo termina acogiendo a Tomás pero diciendo bien claro que más mérito tiene creer sin haber visto.
Esto es fe. Es fiarse de Dios.
Juan termina el párrafo de hoy diciéndonos por qué ha escrito.
Domingo de la misericordia.
Adora y agradece y aprende a ser misericordioso como el Padre.
Lo aprenderás en Jesús.
Feliz domingo para todos.

José Ignacio Alemany Grau, obispo