11 de septiembre de 2014

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A

490 VECES
Hoy también comenzamos nuestra reflexión por el Evangelio de Mateo y con una pregunta bastante original de Pedro, a quien le debieron salir en aquel momento las raíces de judío:

- “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar?”

Y exagerando en su imaginación y creyéndose demasiado generoso, añade esta pregunta:

- “¿Hasta siete veces?”

Posiblemente con mucha compasión para con Pedro, Jesús le contestó:

Pedro, que no has entendido…

- “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.

No se refiere Jesús a cuatrocientas noventa veces, sino a algo distinto; y lo explica con esta parábola.

Un gran empresario a quien un criado le debe una fabulosa cantidad que viene expresada por diez mil talentos que suponen millones, exige que se le pague.

El tal siervo no tenía con qué pagar y “el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones y que pagara así”.

Ahora te voy a presentar las palabras exactas para que hagas el favor de fijarte unas líneas más abajo y verás cómo Jesús repite la escena en un contraste fabuloso. En él veremos la grandeza del corazón de Dios y la pequeñez del corazón del hombre:

“El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: Ten piedad conmigo y te pagaré todo”.

La respuesta del señor aquel es maravillosa: “El señor tuvo lástima del empleado y le dejó marchar perdonándole toda la deuda”.

Ahora sí que tenemos que poner un punto muy aparte, por cierto.

Fíjate bien en la ruindad que llevaba dentro aquel hombre, aunque estaba feliz, sin duda, por haber sido perdonado:

¿No seremos así muchas veces nosotros?

“Al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios”.

Jesús extrema las cantidades entre millones y cien denarios que era lo correspondiente a cien días de trabajo de un obrero.

“Agarrándolo, le estrangulaba diciendo: ¡págame lo que me debes!”

Fijémonos, ahora sí, en las palabras literales que dice Jesús:

“El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:

Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.

Como te has fijado es literal. Es exactamente lo que el empleado dijo a su señor.

Ahora viene la ruindad entre compañeros.

“Se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía”.

Por suerte, en aquel momento los compañeros supieron pedir justicia a su señor ya que “al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo”.

Desde ahora aprendamos la lección con que va a terminar Jesús su parábola, porque es una de las cosas que menos cumplimos los cristianos en la vida diaria:

“¡Siervo malvado!, toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti?”

Dios nos entregó a su Hijo para perdonarnos, ¿cómo es posible que no nos perdonemos unos a otros, como además nos ha enseñado Jesús en la oración del padrenuestro?

La parábola termina así:

“Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada uno no perdona de corazón a su hermano”.

Antes de continuar, lee la lectura del Eclesiástico de hoy, que se admira del que no tiene compasión de sus semejantes y pide perdón de sus pecados. Eso te ayudará a profundizar en la parábola de Jesús.

Con el salmo responsorial recordemos:

“El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades… no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga según nuestras culpas… 

Bendice alma mía al Señor y todo mi ser a su santo nombre”.

El salmo aleluyático nos recuerda el nuevo y gran mandamiento de Jesús:

“Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

San Pablo nos explica cómo fue este gran amor de Jesús:

“Para esto murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”.

Aprendamos de una vez que no debemos vivir para nosotros mismos, sino para este Señor que nos ha dado la vida definitiva como un regalo de su amor.

Si en algunas ciudades en la Santa Misa se recuerda hoy la Exaltación de la Santa Cruz, meditemos que ése es, precisamente, la manera cómo nos amó Jesús: Dando la vida por nosotros.
José Ignacio Alemany Grau, obispo