4 de septiembre de 2014

XXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, Ciclo A

¿QUE ES MÁS FÁCIL: CORREGIR O SER CORREGIDO?
Nuestro orgullo es demasiado grande a la hora de la corrección.

Incluso es frecuente que alguno pida a su amigo, superior o formador que le corrija y, cuando llega el momento, la cara y actitudes no suelen corresponder a la petición. Tememos que entren en nuestra intimidad.

Sin embargo, con frecuencia, los demás conocen nuestros defectos mejor que nosotros porque se ve mejor a la distancia que metidos dentro.

Como se suele decir: “los árboles no dejan ver el bosque”. Esto no obstante, preferimos tapar dentro lo que todos conocen desde fuera.

Hoy Jesús en el Evangelio nos habla de la corrección.

“Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano”.

Esta es la primera parte que desgraciadamente no tenemos muy en cuenta y con facilidad pecamos contra la caridad con habladurías y chismes en vez de ir directamente al hermano.

Jesús continúa:

“Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos”.

También esto que es una norma de prudencia, fácilmente nos lo saltamos en la vida práctica.

Finalmente añade Jesús: 

“Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un gentil o un publicano”.

Si no acepta la corrección de la comunidad poco nos queda, ya que no podemos forzar su libertad. Y, hablando de la corrección, recordemos el capítulo 12 de la carta a los Hebreos:

“Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su reprensión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos”.

Poco más adelante nos dice también que si nuestros padres no nos corrigen es porque no nos consideran verdaderos hijos suyos.

Recordemos también los Proverbios (12,1):

“Quien ama la reprensión ama el saber, quien odia la corrección se embrutece”.

Sabemos que precisamente en la pedagogía de Dios la corrección es importante ya que Dios educa a su pueblo elevándolo al orden de su propia santidad, orientándolo mediante las correcciones.

Hoy Ezequiel nos invita a corregir al prójimo haciéndonos un serio aviso para todos, que somos muy fáciles para excusarnos, como si no tuviéramos responsabilidad para con los demás.

Dice Dios: “si yo digo al malvado: ¡malvado, eres reo de muerte! Y tú no hablas poniendo en guardia al malvado para que cambie de conducta, el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre; pero si tú pones en guardia al malvado para que cambie de conducta, si no cambia de conducta, él morirá por su culpa, pero tú has salvado tu vida”.

San Pablo nos enseña que todo es amor. Nos ha dicho: “a nadie le debáis nada más que amor porque el que ama a su prójimo tiene cumplido el resto de la ley”.

Y termina diciendo: “Uno que ama a su prójimo no le hace daño; por eso amar es cumplir la ley entera”.

Colocadas estas palabras en el contexto litúrgico de hoy hemos de considerar que también la corrección es ayudar al hermano.

Es parte de la “revolución del amor” que nos está pidiendo el Papa Francisco. 

Volviendo al Evangelio del día, nos encontramos con otros dos puntos que trata Jesús y que debemos guardar para nuestra reflexión semanal.

El primero se refiere al poder de perdonar: 

“Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo”.

Estas palabras nos invitan a reflexionar sobre el tema y pensar cómo actuamos, por una parte para corregir a los demás y por otra para aceptar las correcciones ya que en realidad uno no sabe si es más difícil corregir o ser corregido.

Las últimas palabras de Jesús son un gran regalo para nuestra vida espiritual puesto que nos da una verdadera receta para que sean eficaces nuestras peticiones:

“Os aseguro que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.

Pienso en este momento de una manera muy especial en los matrimonios cristianos que han recibido la bendición del sacramento. Quizá no se dan cuenta de lo eficaz que es su oración cuando viven en comunión espiritual entre ellos.

Qué tesoro podemos tener rezando en esta unidad que pide Jesús.

José Ignacio Alemany Grau, obispo