12 de junio de 2014

Solemnidad de la Santísima Trinidad, Ciclo A

Y LOS TRES SON UNO
“Los confío hoy a la Santísima Trinidad. Por ella los introduciré dentro de poco en el agua y los sacaré de ella. Se la doy como Compañera y Patrona de toda su vida”.

Son palabras de san Gregorio Nacianceno dirigidas a los que iba a bautizar.

Permíteme unas preguntas antes de empezar nuestra reflexión.

¿La Santísima Trinidad es tu Protectora de verdad? ¿Es tu confidente? ¿Es tu amiga?

¿La recuerdas, la invocas?

Se te metió dentro para cuidarte mejor. Siempre te acompaña:

¿La cuidas como el mejor tesoro que tú tienes?

Examinemos ahora lo que nos enseña la liturgia del día y profundicemos.

Comenzamos con el prefacio:

La liturgia dirigiéndose al Padre dice: “que con tu único Hijo y el Espíritu Santo eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola persona sino tres personas en una sola naturaleza. Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo, y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción.

De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad…”

No digas que es difícil entender lo que dice este prefacio y te quedas tranquilo.

La verdad es que se trata de un misterio y lo limitado no puede captar lo infinito.

Nunca un vaso pequeño podrá recibir toda el agua de un torrente.

Darle a uno la tarjeta personal es, entre nosotros, una invitación a entablar la amistad.

Pues bien, Dios nos reveló su nombre, que es su tarjeta personal, y para que nos pudiera llegar nos envió al Hijo de la familia divina. 

Enviar un hijo a visitar a alguien es abrirse a la familia visitada.

El Padre envió al Hijo y Él nos ha revelado las maravillas de Dios:

- Dios nos quiere con ternura y nos cuida como el mejor padre.

- Él nos alimenta con sus dones materiales y con sus bienes espirituales.

- Y además, Dios se nos metió dentro para cuidarnos mejor.

- Y tantas otras maravillas, por ejemplo la que recoge la colecta de hoy sobre las “misiones” divinas.

“Dios todopoderoso que has enviado al mundo la Palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación para revelar a los hombres tu admirable misterio, concédenos profesar la fe verdadera, conocer la gloria de la eterna Trinidad y adorar la unidad todopoderosa”.

Quizá te ha extrañado que yo te haya hablado de “misiones”. Se llaman misiones en la Trinidad los envíos que ha realizado y son dos, como leímos en esta oración:

El Padre envía al Hijo (la “Encarnación”) y el Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo (“Pentecostés”).

Al decirnos también la Escritura que Dios nos creó a su imagen y semejanza nos anima a hablar con Dios, a ver en la Trinidad el mejor modelo de tu familia, de tu grupo o de tu comunidad.

Vayamos ahora a los otros textos de la Santa Misa de hoy:

El Éxodo nos recuerda la definición que Dios dio de sí mismo en el Antiguo Testamento:

“Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad”.

Apoyado en este texto Moisés pedirá a Dios que les acompañe a él y a su pueblo “aunque éste es un pueblo de dura cerviz” y con la misma confianza en su misericordia pide “perdona nuestras culpas y pecados y tómanos como heredad tuya”.

El salmo responsorial recoge unos versículos de las alabanzas del libro de Daniel:

“Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres, bendito tu nombre santo y glorioso”.

En la segunda lectura Pablo nos dice estas palabras que nos suenan tan familiares a todos porque con ellas nos saluda el sacerdote al comienzo de la Misa:

“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con todos ustedes”.

El Evangelio nos presenta el amor infinito del Padre que nos envía a su Hijo para demostrarnos su amor, palabras muy conocidas pero quizá poco meditadas por nuestra parte:

“Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna.

Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por Él”.

Para terminar un consejo.

Cada vez que repitas “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”, piensa bien lo que dices para que todo lo que hagas después de decir estas palabras, lo hagas de verdad en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y que nunca tengas que avergonzarte de lo que haces después de este ofrecimiento.

Por el contrario que tus palabras y tu conducta glorifiquen a la Trinidad Santa.

José Ignacio Alemany Grau, obispo