3 de enero de 2014

Solemnidad de la Epifanía del Señor

LEVÁNTATE, QUE LLEGA TU LUZ 
La Iglesia nos habla hoy de la Epifanía del Señor. 

Epifanía es un compuesto de dos palabras griegas que significan “manifestación desde arriba”. 

Es un término parecido a teofanía que significa “manifestación de Dios”. 

La antífona de vísperas de hoy nos recuerda que la Iglesia entiende como epifanía en realidad estas tres manifestaciones: 

“Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy, la estrella condujo a los Magos al pesebre; hoy el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado por Juan en el Jordán para salvarnos”. 

Se trata, pues, de las tres manifestaciones que nos muestran a Jesús, al comienzo de su vida, como Mesías de Dios. 

Hoy celebramos la que corresponde al encuentro de los Magos con Jesús en Belén, como nos cuenta san Mateo. 

Examinemos las lecturas teniendo en cuenta, para entenderlas mejor, que Jesús es “la luz del mundo”, como dijo Él mismo. 

* Isaías nos habla de la luz que viene sobre Jerusalén. El mundo que vivía en las tinieblas del pecado ha visto una gran luz, la luz definitiva que es Cristo. 

Esta luz atraerá a todos los pueblos de la tierra hacia Jerusalén (como nos explicará en la segunda lectura san Pablo): 

“Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti”. 

El profeta a continuación nos invita a contemplar este mundo de tinieblas que comienza a ver la luz que le viene desde Jerusalén: 

“Las tinieblas cubren la tierra y la oscuridad los pueblos, pero sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti”. 

- El salmo responsorial. 

En este salmo 71 vemos cómo se cumplen las palabras de Isaías, “caminarán los pueblos a tu luz… todos esos se han reunido, vienen a ti”. 

En efecto, dice el salmo: “Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra… que los reyes de Saba y de Arabia te ofrezcan sus dones; que se postren ante Él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan”. 

Sabemos muy bien que esta luz viene de Dios y que la profecía, evidentemente se refiere a Cristo. 

- Pablo nos enseña que el plan de Dios es que no sólo el pueblo escogido pueda adorar al único Dios “sino que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. 

Dios llama a todos los pueblos porque los ama y quiere la salvación de todos. 

- La fiesta de hoy se centra principalmente en el Evangelio de san Mateo, que es el único que nos cuenta el relato de los “Magos de oriente”. 

La tradición dirá que son tres, que son reyes y hasta les da los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar. 

En realidad san Mateo nos lo detalla de esta manera: 
Debían ser unos sabios que se dedicaban a vivir su religión estudiando los signos que “leían” en los astros. Advirtieron una especial y se fueron hasta Jerusalén donde los sacerdotes y escribas de Herodes les explicaron que la profecía de Balaam, decía: “Y tú, Belén, no eres la última de las ciudades pues de ti saldrá… el pastor de mi pueblo Israel”. 

Los Magos van felices hasta Belén llenos de alegría porque volvieron a ver su estrella. 

Entraron en la casa y encontraron, ¿cómo no?, al Niño con María su Madre. 

Y, movidos por la fe que les venía de Dios (la fe verdadera siempre es regalo de Dios), cayeron de rodillas, le adoraron y le ofrecieron oro, incienso y mirra. 

Suelen explicarse así los dones: el oro como a Rey, el incienso como a Dios y mirra como a Redentor que sufrirá para salvarnos. 

“Habiendo recibido en sueños un oráculo para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra por otro camino”. 

Admiremos, finalmente, qué confianza tiene la Iglesia con Dios! 

En este día le dice, en la oración colecta: no te ofrezco ni oro, ni incienso ni mirra como los Magos pero te ofrezco algo mucho mejor: a Jesucristo, tu Hijo, que se ofrece en holocausto a ti, Padre, y se entrega a nosotros como comida, en la Eucaristía. 

Meditemos gozosos cómo Dios sabe manifestarse en el tiempo oportuno y cómo debemos acoger su presencia siempre con alegría. 
José Ignacio Alemany Grau, CSSR