10 de octubre de 2013

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

DE LA LEPRA A DIOS
Naamán casi se la pierde

Naamán, gran caudillo del rey de Siria era leproso.

En una oportunidad trajeron una joven israelita prisionera que quedó al servicio de la mujer de Naamán.

La muchacha le aconsejó que fuera al profeta de Israel que podía curarlo.

Naamán, con permiso de su rey, viaja con muchas riquezas y al final se encuentra con Eliseo.

El profeta ni sale a saludarlo. Simplemente le manda bañarse siete veces en el río Jordán.

El orgulloso caudillo se iba furioso gritando que los ríos de Damasco eran mejores que todas las aguas de Israel.

Y despreciando al profeta, pensó regresar a su tierra.

Sus criados le hicieron entrar en razón con estas palabras:

“Padre mío, si el profeta te hubiera mandado algo difícil, ¿no lo habrías hecho?

¡Cuánto más si te ha dicho lávate y quedarás limpio!”.

Naamán se bañó siete veces en el Jordán y su carne quedó nueva como la de un niño.

Regresó, agradeció y ofreció dones valiosos que Eliseo no aceptó. Entonces el militar hizo una promesa:

Se llevó como muestra de gratitud eterna a su país, dos mulas cargadas con tierra de Israel, para extenderla y ofrecer sobre ella el culto y adoración al Dios verdadero porque “en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios a otros dioses fuera del Señor”.

La verdad es que su orgullo casi le hace perder la sanación maravillosa que le consiguió su humillación.

También nuestro orgullo nos priva de tantas posibilidades en la vida espiritual e incluso en la vida social porque a Dios y a los hombres nos molestan los creídos.

Ser agradecidos

San Pablo en el versículo aleluyático nos pide que seamos agradecidos: 

“Dad gracias en toda ocasión: ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros”.

Por aquí va el tema de este domingo. La gratitud para con Dios.

El salmo responsorial también nos invita, con estas palabras y motivos a agradecer: “el Señor revela a las naciones su salvación… Cantad, gritad, vitoread, tocad… porque el Señor ha hecho maravillas y los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios”. 

Por eso Pablo, en su párrafo bellísimo a Timoteo nos pide que hagamos “memoria de Jesucristo” porque solamente en Él está la salvación.

Se trata de recordar con gratitud todos los dones que nos ha dado Dios por Jesucristo.

Entre otras cosas enseña que “es doctrina segura: si morimos con Él viviremos con Él. Si perseveramos reinaremos con Él”. Aunque también nos advierte valientemente que “si lo negamos, también Él nos negará. Pero si somos infieles Él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo”.

Esto es lo que hizo Pablo que sacrificó su vida por Jesús para conseguir para sí mismo y para otros la salvación.

El Evangelio a su vez nos presenta a diez leprosos pidiendo la sanación, desde lejos, porque les estaba prohibido acercarse a los sanos.

Jesús les mandó: “Id a presentaros a los sacerdotes”.

“En el camino se sanaron los diez. Pero solamente uno, al ver que estaba curado, volvió alabando a Dios, a grandes gritos y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era samaritano”.

Jesús muestra pena ya que solamente uno ha agradecido. Incluso se trataba de un extranjero. Por eso preguntó:

“¿No han quedado limpios los diez?; ¿los otros nueve, dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?”

Cuántas veces en nuestra vida pedimos mucho y agradecemos poco no sólo a los hombres sino también a Dios.

Sin embargo deberíamos vivir en perenne acción de gracias al Señor que nos regala toda clase de bienes materiales y espirituales continuamente.

Esto lo podemos hacer, sobre todo, con el don más maravilloso que nos dejó el mismo Jesús para que pudiéramos agradecer: la Eucaristía, que significa precisamente “acción de gracias”.

San Alfonso en su libro de las Visitas al Santísimo Sacramento advierte que “el ingrato se hace indigno de recibir nuevos beneficios”.

Tú y yo, amigo, seamos fieles y agradecidos a Jesucristo a quien debemos todo.

Para animarnos más miremos a nuestro Señor de los Milagros que desde la cruz, sobre todo en este mes de octubre, nos recuerda cuánto nos amó y cuánto desea que le amemos nosotros también.

Este amor debemos manifestarlo tanto a Él directamente, como al prójimo en quien Jesucristo se ha ocultado.

José Ignacio Alemany Grau, obispo