27 de septiembre de 2013

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

EL COMILÓN Y EL POBRE LÁZARO
Jesucristo “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza”.

Este versículo aleluyático de hoy nos habla de las formas distintas de actuar con los bienes de este mundo.

El profeta Amós nos habla del despilfarro de Israel en su tiempo.

Jesucristo a su vez habla del hombre rico que banqueteaba a diario y tenía un corazón cerrado a los demás. Pablo nos presenta la vida como un combate para conseguir la victoria, la salvación, que en definitiva es lo más importante. Veamos:

Amós, el profeta de la semana pasada, tiene unas frases fuertes contra los que se fían de sus bienes materiales. Los presenta de esta manera:

“Se acuestan en lechos de marfil, se arrellenan en sus divanes, comen corderos del rebaño y terneros del establo, tartamudean como insensatos”.

A veces se traduce con estas otras palabras: “canturrean al son del arpa”. Más o menos lo que nosotros diríamos que se emborrachan y cantan coplillas inspiradas por el alcohol.

“Beben el vino en elegantes copas, se ungen con el mejor de los aceites pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José”…

A todos estos el profeta termina diciéndoles que irán al destierro y se acabarán las orgías de los disolutos.

Dios no prohíbe el superarse económicamente pero sí el malgastar mientras los otros se mueren de hambre.

Por su parte Pablo nos dice cómo tiene que ser el verdadero “hombre de Dios que practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la delicadeza”.

Este hombre al que habla Pablo es su amigo, discípulo y obispo, Timoteo a quien da buenos consejos que podemos imitar si queremos superar la lucha de este mundo:

“¡Combate el buen combate de la fe!”.

En estos momentos difíciles de la historia que vivimos cuando el relativismo quiere acabar con nuestra fe católica es bueno que tengamos esto en cuenta y que nos ayudemos, de manera especial con el Catecismo de la Iglesia Católica y los documentos del Vaticano II, para vencer en la lucha espiritual que desató el maligno.

Y sigue Pablo aconsejando a Timoteo, y creo que también a cada uno de nosotros:

“Conquista la vida eterna a la que fuiste llamado y de la que hiciste noble profesión ante muchos testigos”.

Esta profesión de fe la hicimos también nosotros el día del bautismo y la hicimos más pública conscientemente el día de la confirmación.

“Te insisto en que guardes el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo”.

El Evangelio de hoy nos presenta a un grosero “comilón” (que ese nombre le da Jesús para recalcar su actitud, con la palabra Epulón).

Este tal Epulón era rico, vestía de púrpura y de lino y banqueteaba espléndidamente cada día, más o menos como dice Amós de los de su tiempo… y quizá diría de muchos de hoy.

A su puerta nos presenta Jesús a un pobre que quería alimentarse con las sobras de la mesa del rico.

Y ésta es la pincelada especial que nos pone Jesús y que algunos debían meditar:

“Hasta los perros se le acercaban a lamerle las llagas”. ¡Los perros más sensibles que los hombres!, algo nada extraño en nuestro tiempo.

Ésta es la historia que presentó Jesús y el resultado fue muy duro porque el rico murió, lo enterraron y fue sepultado en los infiernos. En cambio, el pobre Lázaro, fue llevado al seno de Abraham. Es decir, al lugar donde los justos del Antiguo Testamento esperaban la resurrección de Jesucristo.

Les invito a leer una vez más en el Evangelio los gritos de desesperación de Epulón viendo feliz a Lázaro y quemándose él en el infierno.

Nos interesa compartir la conclusión tan especial que saca Abraham, muy práctica para tantas personas amiguitas de revelaciones y apariciones:

“Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”.

Nosotros sabemos que tenemos la Biblia, Palabra de Dios que nos orienta, y la Iglesia que nos dejó Jesús y que en su tradición viva nos mantiene seguros en la fe verdadera.

No hace falta que busquemos milagros particulares para creer, la fe es un don que Dios nos regala para que caminemos aparentemente en tinieblas, pero seguros con los medios de salvación que Él nos ha dejado.

Será bueno que aprovechemos el salmo responsorial, en este domingo, para alabar al Señor porque Él nos cuida y protege a todos como glorificó de manera tan especial a Lázaro, que soportó tantas limitaciones y digamos: “¡Alaba alma mía al Señor!”.

El mismo salmo nos da algunos motivos:

“Él mantiene su fidelidad perpetuamente, Él hace justicia a los oprimidos, Él da pan a los hambrientos, el Señor liberta a los cautivos, el Señor abre los ojos al ciego… sustenta al huérfano y a la viuda”.

Por todo eso tenemos que reconocer que “El Señor reina eternamente”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo