20 de junio de 2013

XII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

¿CONTRADICCIONES DEL EVANGELIO?

En realidad no son contradicciones sino un complemento pascual: sufrimiento y muerte – resurrección y triunfo.

Eso fue la Pascua de Jesús y por lo mismo también la nuestra si queremos seguirlo de cerca.

En el Evangelio de hoy vemos cómo Jesús es glorificado por el Padre Dios que revela a Pedro la respuesta a la pregunta que había hecho Jesús. Pedro le dice “tú eres el Mesías de Dios”.

Llamémoslo el gozo y el triunfo de la resurrección, pero en seguida Jesús habla de su pasión y muerte. 

¡¡No se puede resucitar si antes no se ha muerto!!

Por esto mismo Jesús nos dice también a nosotros: 

“El que quiera seguirme que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo”.

A éste le pasará lo mismo que a Jesucristo “el que quiera salvar su vida la perderá pero el que pierda su vida por mi causa la salvará”.

Esto es, por tanto, lo fundamental del Evangelio y ésta es la enseñanza de hoy: por la cruz a la resurrección. 

En estas palabras de Jesús descubrimos el gozo y lo duro de estar con Él, la cruz de cada día.

Por supuesto vale más el regalo de caminar con Jesús que el sufrimiento que nos pueda costar.

Esto enseña la vida de los santos.

En este domingo tenemos una serie de invitaciones maravillosas que nos hace la liturgia para conocer nuestro camino cristiano. Meditemos algunas.

* “Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío”.

Toda criatura añora al Creador. Bajo las imágenes del hambriento y sediento está expresada toda nuestra necesidad de Dios. El mismo Señor metió esta necesidad en nuestro corazón. Por eso es algo que no pueden matar quienes gobiernan las naciones siguiendo principios errados.

* “A la sombra de tus alas canto con júbilo”. 

La imagen es muy bella. Dios providente nos cuida y Él mismo se compara al águila que cuida a sus polluelos. Así nos protege Dios.

Es el regazo de Dios que engríe a sus criaturas.

Jesús nos hace esta misma comparación de la providencia cuando nos dice: “Jerusalén… cuántas veces intenté reunir a tus hijos como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas y no habéis querido”.

San Pablo enseña que “todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús”.

Para esto se encarnó Él, para eso lo envió el Padre: para hacernos un solo cuerpo cuya cabeza es Jesús. En Él y por Él todos somos hermanos desde el bautismo que nos hace hijos de un mismo Padre: Dios.

Las distinciones de razas, colores y demás, las hacemos los hombres.

Son inventos humanos y a veces también diabólicos porque ése es el “servicio maravilloso” de satanás: dividir a quienes Cristo unió en una sola Iglesia, un solo Pueblo, un solo Cuerpo místico.

En el Evangelio tenemos:

* “Jesús estaba orando”, porque oraba con mucha frecuencia y sobre todo cuando tenía algo importante que hacer.

* Pregunta a los suyos: “¿quién dice la gente que soy yo?”

La respuesta es fácil y todos hablan:

“Juan Bautista… Elías… un profeta”.

* La segunda pregunta compromete:

“¿Y vosotros quién decís que soy yo?”

Nadie tiene palabras porque no quieren comprometerse.

Algo así nos pasa a nosotros en la vida social y evitamos comprometernos… no queremos que sepan que seguimos a Cristo, el Señor. ¡Somos cobardes!

* Pedro habla pero por revelación del Padre: “¡El Mesías de Dios!”.

* El significado del “Mesías de Dios” no es precisamente el que tenían los apóstoles que pensaban en un mesías guerrero. Se trata de un Mesías que antes de resucitar tendrá que morir. Por eso les pide Jesús que no digan a nadie que es el Mesías hasta que resucite.

Precisamente de este sufrimiento nos ha hablado hoy Zacarías con estas palabras que recogerá san Juan en su Evangelio: “mirarán a mí a quien traspasaron”.

Así es nuestra vida. Como la de Jesús. Es un don de Dios. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo