13 de junio de 2013

XI Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo C

TODO ES MISERICORDIA

Hoy vamos a reflexionar sobre los mensajes de cada una de las lecturas.

La primera nos presenta el gran pecado de David. 

Mandó colocar a Urías en el sitio más peligroso de la batalla y en un momento lo dejaron solo para que lo mataran los amonitas.

Esto se hizo por mandato del rey David que quería casarse con su mujer Betsabé.

Dios envía a Natán que, de una manera muy dura, le hacer ver que su pecado sería castigado.

David, sinceramente arrepentido, dice al profeta Natán:

“He pecado contra el Señor”.

Es bueno que aprendamos que, siempre que hay buena voluntad, el perdón de Dios va por delante. Por eso el profeta le dice: “el Señor ha perdonado ya tu pecado, no morirás”.

En ese momento brota del corazón del real profeta, el salmo 50 tan conocido por todos nosotros y tan rezado dentro de la Iglesia:

“Misericordia, Dios mío, por tu bondad. Por tu inmensa compasión borra mi culpa”.

Su arrepentimiento, por tanto, le consiguió el perdón de Dios y al mismo tiempo nos enseñó a todos cómo debemos arrepentirnos de corazón después de nuestros pecados.

Como todos somos pecadores, la liturgia nos invita a repetir, en el salmo responsorial: 

“Perdona, Señor, mi culpa y mi pecado”.

Del mismo salmo 31 tomamos estas ideas:

“Había pecado, lo reconocí, no te encubrí mi delito; propuse: “confesaré al Señor mi culpa”, y tú perdonaste mi culpa y mi pecado”.

El mismo salmo, nos habla de la alegría que produce el verdadero arrepentimiento que nos justifica: 

“Alegraos, justos, y gozad con el Señor; aclamadlo, los de corazón sincero”.

Posiblemente esto mismo quiere decir David en su salmo 50: 

“Devuélveme la alegría de tu salvación”.

En la segunda lectura san Pablo nos hace ver que solo en Jesucristo podemos encontrar esta misericordia de Dios:

“Por eso hemos creído en Cristo Jesús, para ser justificados por la fe en Cristo… Mientras viva en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios que me amó hasta entregarse por mí”.

Cuántas veces hemos oído repetir, y quizá hemos dicho nosotros mismos con emoción las mismas palabras de Pablo, que él se las aplicaba a sí mismo. 

El Evangelio de Lucas nos presenta un hecho de la vida de Jesús en el que aparece la bondad y misericordia de Jesucristo. Recordemos.

Simón el fariseo invita a Jesús a comer. Posiblemente quería que en todo el pueblo se hablara de que Jesús, el gran profeta, había ido a comer con él.

De repente una mujer entra en la casa y sin avisar se postra a los pies de Jesús, llora sobre ellos, los besa y los unge con ungüento.

El fariseo empieza a sospechar de Jesús, sin decir nada:

“Si éste fuera profeta sabría quién es esta mujer que lo está tocando”.

Jesús le presenta una breve parábola:

“Un prestamista tenía dos deudores; uno le debía quinientos denarios y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a los dos. ¿Cuál de los dos le amará más?”

La aplicación era clara y Jesús la concreta, dejando mal parado a Simón porque no había cumplido con Él las costumbres de todo buen anfitrión judío.

La mujer le lavó los pies, lo enjugó con su cabello y lo besó. Simón, en cambio, ni le lavó los pies ni se los secó ni le dio el ósculo de la paz.

Luego Jesús se vuelve a la mujer y con gran escándalo, por parte de todos, le dice:

“Tus pecados están perdonados”.

La misericordia se impone a todos los chismes y malos pensamientos de los que estaban allí presentes.

De esta manera queda perdonada la mujer, demuestra Jesús que es verdadero profeta, contra la opinión de Simón el fariseo, e incluso Jesús se presenta como enviado de Dios que puede perdonar los pecados.

La conclusión llenó de paz a la mujer: 

“Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

Al final del párrafo evangélico de hoy Lucas (nuestro compañero del ciclo C y el que más habla de las mujeres en su Evangelio) nos presenta a Jesús “acompañado por los doce y algunas mujeres que Él había curado de malos espíritus y enfermedades: María Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana… Susana y otras muchas que le iban ayudando con sus bienes”.

Con esto se confirma que, en realidad, las mujeres han sido siempre más sensibles a la gracia de Dios y al seguimiento de Jesucristo.

Pero también queda claro que Jesús vino como misericordia de Dios para todos.

José Ignacio Alemany Grau, obispo