14 de marzo de 2013

V Domingo de Cuaresma, Ciclo C

EN LA META ESTÁ LA RECOMPENSA 

La escena del Evangelio de hoy es una impresionante lección para la cuaresma. 

Jesús pasó la noche en oración y temprano se fue al templo para enseñar al pueblo. Se sentó y se acercó la multitud, siempre hambrienta de su palabra. 

De pronto llega un grupo de escribas y fariseos armando alboroto. 

Vienen felices. Seguros de que esta vez el prestigioso Maestro va a caer en la trampa que han preparado para desprestigiarlo. 

Han encontrado una mujer cometiendo adulterio y se la traen al Señor pensando: 

Si Jesús dice que la apedreen el pueblo cambiará de opinión sobre la bondad y misericordia del Maestro que admiran. 

Pero si dice que la dejen ir libremente para ganarse al pueblo, ellos lo acusarán de ir contra la ley de Moisés que mandó apedrear a las adúlteras. 

Tanto en el Levítico como en el Deuteronomio se encuentra esta ley: 

“Si un hombre comete adulterio con la mujer de su prójimo, serán castigados con la muerte el adúltero y la adúltera”. 

Esa era la ley, pero aquellos machistas se olvidaron de traer al hombre. 

El tiempo iba pasando y Jesús, en lugar de contestar, se inclinó y escribía con el dedo en el suelo. 

¿Era para disimular? 

¿O, como piensan algunos, escribía pecados de aquellos viejos? 

Como insistían, Jesús se incorpora y les dice: “el que esté sin pecado que tire la primera piedra”. 

Y como despreocupado, sigue escribiendo. 

No les pareció oportuno que Jesús les pudiera recordarles sus pecados ante la gente y, sea por lo que sea, aquellos hombres fueron escabulléndose, empezando por los más viejos, posiblemente porque tenían una carga mayor de pecados. 

¿Y quizá hasta más grandes que los de la mujer? Porque esto suele pasar hoy también con los que acusan a los demás. 

Al fin se han ido todos y quedan solos Jesús y la adúltera. 

El Señor, como quien venció una batalla, le pregunta con dulzura: 

- “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Ninguno te ha condenado? 

- Ninguno, Señor”. 

El Dios misericordioso que vino a librarnos del pecado le dice: 

“Yo tampoco te condeno”. 

El relato termina con un consejo para la mujer que nos viene muy bien a todos nosotros: 

“Vete y en adelante no peques más”. 

No sólo la perdona sino que también le da un consejo muy práctico de cara al futuro. 

Éste es, precisamente, el tema que una vez más, nos repite la liturgia en la cuaresma: 

“Convertíos a mí de todo corazón porque soy compasivo y misericordioso”. 

San Pablo nos advierte cuál es, en realidad, la esencia de la conversión: 

Jesucristo tiene que ser el primero en nuestra vida. 

Pablo mismo nos advierte que lo perdió todo por Jesús: “Por Él lo perdí todo y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en Él”. 

Esto no es fácil porque tenemos muchas pasiones que tiran de nosotros. 

Por ese motivo nos propone a todos que imitemos lo que sucede en los juegos olímpicos y que Pablo se aplica a sí mismo y nos invita a imitar: 

“No es que ya haya conseguido el premio o que ya esté en la meta: Yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí. Corred hacia la meta para ganar el premio a que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús”. 

Hay que imponerse muchas privaciones para poder vencer. 

Jesús nos consiguió el premio y Él mismo es el premio con que nos regalará el Padre. 

Este cambio del corazón y esta conversión nos llevará a la novedad que profetiza Isaías en la primera lectura: 

“Mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando… abriré un camino por el desierto… ofreceré agua en el desierto para apagar la sed de mi pueblo, el pueblo que yo formé para que proclamara mi alabanza”. 

Éste es el cambio que debe conseguir la conversión que quiere la liturgia en cada uno de nosotros. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo