17 de enero de 2013

II domingo del Tiempo Ordinario, ciclo C

EL VINO QUE ALEGRA EL CORAZÓN 

La historia de la salvación es algo maravilloso. Dios crea la humanidad. 
Esta lo desprecia y se escapa con el tentador y el pecado. 
Pero Dios “nos saca la vuelta” y aparece con otro regalo: el protoevangelio que es un camino nuevo de salvación. 
Es que Dios nos ama de una manera incompresible y para que entendamos ese amor, Él mismo quien compara su amor a la humanidad con el amor matrimonial que es lo máximo en el amor humano. Hoy precisamente nos lo dice por medio de Isaías: 
“Como un joven se casa con su novia, así te desposa el que te construyó; la alegría que encuentra el marido con su esposa la encontrará tu Dios contigo”. 
Y todo por amor, como lo explica el mismo profeta: 
“Por amor a Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia, y su salvación llamee como antorcha”. 
Este amor lo manifiesta Dios durante una temporada (Antiguo testamento) con un pueblo escogido por Él (Israel) hasta que, cuando llegó la “plenitud de los tiempos”, es decir, cuando a Dios le pareció bien, descubrió su amor a toda la humanidad encarnando a su Verbo a quien, hecho hombre, llamamos Jesucristo. 
Con la encarnación derrocha Dios todos los tesoros de su creatividad y amor infinitos. 
Todo esto lo manifiesta de manera especial a partir de Pentecostés. Desde entonces el Espíritu Santo derrama sus dones sobre la Iglesia, como nos refiere san Pablo en su carta los Corintios: 
“En cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común. Y así, uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría… hay quien recibe por el mismo Espíritu el don de la fe… y otro por el mismo Espíritu el don de curar… el mismo y único Espíritu obra todo esto repartiendo a cada uno en particular como a Él le parece”. 
De esta manera el Espíritu Santo va embelleciendo a la esposa que es la Iglesia para el encuentro con Dios, que es el esposo. 
El gran signo de este amor esponsal que Dios nos tiene lo presenta el Evangelio de san Juan. En él encontramos la tercera epifanía o manifestación de la que hemos hablado estos días: Los sabios de oriente, el bautismo de Jesús y la conversión del agua en vino. 
El milagro de hoy es el signo inicial del apostolado de Jesús y es tan maravilloso que el evangelista advierte: 
“Así en Caná de Galilea Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria, y creció la fe de sus discípulos en Él”. 
Conocemos muy bien el milagro: Es una fiesta matrimonial. Se acaba el vino. Esto podía avergonzar a los jóvenes esposos y a la familia. María lo advierte. Pide a Jesús y Jesús hace el milagro. 
En la sala del matrimonio queda la dulce voz de María que nos llega hasta hoy: 
“Hagan lo que Jesús les diga”. 
Buena enseñanza la de nuestra Madre María si queremos corresponder cada uno al amor esponsal que Dios nos tiene. 
De la mano de Benedicto XVI veamos algunos detalles de esta escena del Evangelio de san Juan. 
* Empecemos por la abundancia exuberante: Quinientos veinte litros de vino para un matrimonio de un pueblo chico en el que ya habían bebido… Es la generosidad de Dios. 
* El capítulo 2 con el que comienza el relato dice “a los tres había una boda en Caná de Galilea”. Esto nos puede llevar a completar nuestra meditación de hoy con los tres días de preparación a la teofanía de Dios en el Sinaí (“Al amanecer del tercer día”) y nos puede llevar también a los tres días que precedieron la resurrección de Jesús (“al tercer día resucitó de entre los muertos”). 
* Quizá lo más importante aquí es “no ha llegado mi hora”. Para Jesús “mi hora” es el designio del Padre sobre su vida. 
Se trata de la glorificación que el Padre le prepara con la cruz y la resurrección y también en su presencia universal a través de la Palabra y los sacramentos. 
La hora de Cristo comienza con la cruz; “cuando los corderos de Pascua son sacrificados, Jesús derrama su sangre como verdadero cordero que quita los pecados del mundo”. 
Sin embargo, Jesús tiene poder para adelantar su hora misteriosamente a través de los signos. 
Precisamente el milagro de Caná se caracteriza como una anticipación de su hora y está interiormente relacionada con ella. 
Quizá lo más hermoso de todo es la aplicación que hace el Papa cuando nos enseña que también hoy en la Iglesia ocurre esto mismo: ante la oración de la Iglesia, el Señor anticipa la segunda venida, celebrando su boda con nosotros, haciéndonos salir de nuestro tiempo y lanzándonos a aquella hora. 
Finalmente pensemos que también en nuestros días Jesús repite el milagro de convertir el vino en su sangre y darnos así su presencia y alimento. 
Éste sí es el vino que de verdad alegra el corazón del hombre, como dice la Escritura. 

José Ignacio Alemany Grau, obispo