15 de noviembre de 2012

XXXIII Domingo del tiempo Ordinario, Ciclo B

PREPARANDO EL EXAMEN 

Es bueno que al fin del año litúrgico, siguiendo las orientaciones de la Iglesia, echemos una mirada al juicio final para ver qué nota vamos a obtener en el examen que tendremos que pasar ante el Rey de reyes. 
Por si acaso, el verso aleluyático nos advierte que “estemos siempre despiertos pidiendo fuerzas para mantenernos en pie ante el Hijo del hombre” que nos va a juzgar. 
Daniel, entre imágenes apocalípticas, nos habla de un juicio de Dios, tras el cual “se salvarán todos los inscritos en el libro” de la vida. Los así inscritos son aquellos de quienes san Mateo dice que “brillarán como el sol en el reino de su Padre”. 
Y como añade también el Evangelio cuando sus discípulos regresaron de la misión a la que los había enviado, Jesús les advirtió que más importante que la felicidad por el éxito a la hora de evangelizar, debían “estar alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”. 
El mismo Daniel nos concreta que “muchos de los que duermen en el polvo despertarán. Unos para vida eterna y otros para ignominia perpetua”. 
Bajo estas imágenes descubrimos que se habla de un juicio de Dios. 
El evangelio de san Marcos completa el panorama del juicio final bajo imágenes apocalípticas: 
“Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad”. 
Unos salvándose y otros perdiéndose, todos tendrán que glorificar a Dios en Cristo que se sacrificó para salvarnos. 
Lo mismo quienes aprovecharon su sangre que quienes la despreciaron, tendrán que reconocer la misericordia de Dios. 
Jesús termina el párrafo de hoy aconsejándonos examinar la naturaleza y “aprender de la higuera”, en concreto. Por ella sabemos cuándo llega el verano. De igual modo debemos saber también que Jesús vendrá cuando se den los signos de los que Él mismo habla. 
Por lo demás, de una manera muy solemne, Jesucristo nos enseña el poder y la verdad de su Palabra: “el cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. 
Jesús nos advierte que no debemos creer a los brujos y agoreros y falsos adivinos porque “en cuanto al día y la hora nadie lo sabe. Ni los ángeles del cielo, ni el Hijo (se entiende que el Hijo como hombre) sino sólo el Padre”. 
Refiriéndose a este punto nos advierte Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret”: 
“Las palabras apocalípticas de Jesús nada tienen que ver con la adivinación. Quieren precisamente apartarnos de la curiosidad superficial por las cosas visibles y llevarnos a lo esencial: a la vida que tiene su fundamento en la Palabra de Dios que Jesús nos ha dado; al encuentro con Él, la Palabra viva; a la responsabilidad ante el Juez de vivos y muertos”. 
Siempre que reflexionemos sobre este tema será bueno recordar las palabras de la carta a los Hebreos: “Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio”. 
Su ofrenda santifica a los suyos, mientras los enemigos de Cristo quedarán humillados bajo sus pies. 
Saber que Cristo nos salvó con su sacrificio debe ayudarnos a permanecer serenos y felices frente al último examen de la vida. 
Terminemos echándonos en brazos de Dios que es el tesoro seguro que llevaremos a la eternidad y confiemos en Él, pidiendo con el salmo responsorial: 
“Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti. El Señor es el lote de mi heredad y mi copa”. 
El Señor mismo es nuestro tesoro y nuestra herencia. Por eso añadimos: 
“Mi suerte está en tu mano. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré… me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”. 
Como ves, conocemos al Maestro y el examen que nos va a poner, pues está también escrito en otro de los sinópticos, san Mateo: El amor a Dios y al prójimo. 
Debemos ser inteligentes y aumentar la fe y las obras para ganarnos la eternidad. 

José Ignacio Alemany Grau, Obispo