13 de septiembre de 2012

XXIV Domingo del tiempo Ordinario, Ciclo B

¿SABES QUIÉN ES JESUCRISTO? 

Cuando Jesús fue presentado en el templo el anciano Simeón les dijo a la Virgen y a San José que aquel niño estaba puesto como signo de contradicción. 
La predicción fue muy clara y hoy aparece en las lecturas de este domingo ese signo del siervo sufriente de Yavé, Mesías y Señor. 
Tampoco nos extraña mucho esto cuando leemos que san Pablo les dice a los Corintios: “Nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”. 
El mismo apóstol repite que él predica siempre a Jesucristo muerto y resucitado. 
También leemos en el Apocalipsis: “Vi un cordero de pie, como degollado” que indica precisamente la resurrección tras la muerte violenta de Cristo. 
Creo que esto es lo más importante que debemos tener en cuenta siempre. 
De todas formas, y ante todo, recordemos que Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre y por eso sufre como hombre y merece como Dios. De esto precisamente depende nuestra salvación. 
Veamos cómo nos presentan el tema las lecturas de hoy. 
Isaías nos describe así al siervo sufriente que es imagen del Mesías: 
“Yo no resistí ni me eché atrás: ofrecí mi espalda a los que me apaleaban, las mejillas a los que mesaban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos. El Señor me ayuda por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como pedernal sabiendo que no quedaría defraudado…” 
Con estas palabras describió el profeta los padecimientos del futuro Mesías. 
En cuanto al salmo responsorial, te invito a que lo leas de dos formas diferentes: por un lado como que eres tú quien te comprometes a caminar en la presencia del Señor y vas aplicando a tu vida el salmo 114. 
Por otro lado piensa que es Jesucristo blasfemado, maltratado y crucificado quien lo está rezando durante la parte dolorosa de su vida: “Me envolvían redes de muerte, me alcanzaron los lazos del abismo, caí en tristeza y angustia. Invoqué el nombre del Señor: ¡Señor, salva mi vida!” 
Pero luego, sigue pensando también en Jesucristo cuando leas: “arrancó mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, mis pies de la caída. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida”. 
Como ves es un salmo mesiánico que nos describe la vida de Cristo. 
El Evangelio nos cuenta el episodio de Cesarea de Filipo. Jesús preguntó a los discípulos: 
“¿Quién dice la gente que soy yo?” 
Era fácil contestar y lo hacen todos: 
“Unos, Juan Bautista; otros Elías; y otros, uno de los profetas”. 
Ahora Jesús va a fondo y quiere saber la fe que tienen sus discípulos en Él: 
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” 
Pedro le contestó: “Tú eres el Mesías”. 
Este es el relato breve que hace san Marcos y que Mateo describe con más detalles. 
Aún hay otro detalle importante. 
Cuando Pedro ha reconocido la grandeza de Jesucristo como Mesías, es el mismo Señor quien les aclara, porque quiere que tengan la idea completa de su misión: “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado…” 
Y no queda ahí la revelación de Jesucristo, sino que completa la misión del Mesías con estas palabras: “Y resucitar a los tres días”. 
Pedro, frente a esta revelación de muerte, se rebela y protesta. Piensa que de ninguna manera puede realizarse esta misión extraña del futuro de Jesús y llevándolo aparte lo reprende. 
Jesús rechaza esa especie de tentación que le presenta Pedro y nos advierte a todos los que queremos seguirle que el único camino es éste: 
“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará. 
Santiago, en la carta que continuamos leyendo en este domingo, nos advierte que seguir a Cristo sólo con la fe no es suficiente: “Si la fe no tiene obras, por sí sola está muerta”. 
Aunque nos cueste un poco, terminemos nuestra reflexión dominical haciendo nuestras las palabras del verso aleluyático: 
“Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz del Señor, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.