12 de julio de 2012

XV Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B

LOS OJOS DE NUESTRO CORAZÓN

El verso aleluyático de hoy dice así:

“El Padre de nuestro Señor Jesucristo ilumine los ojos de nuestro corazón para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama”.

Vamos a adentrarnos en las distintas enseñanzas de hoy para que con la luz de Dios los ojos de nuestro corazón descubran cómo en realidad Jesucristo es el mayor evangelizador que colmó con creces nuestra esperanza de salvación:

¡Jesucristo es lo máximo!

La primera lectura nos habla de Amós a quien el Señor escogió como uno de sus profetas.

Amós era un hombre humilde que habló así al sacerdote de la casa de Dios cuando lo expulsó de Israel despreciando sus mensajes: “Yo no soy profeta ni hijo de profeta sino pastor y cultivador de higos.

El Señor me sacó de junto al rebaño y me dijo: “Ve y profetiza a mi pueblo Israel”.

Pues este hombre, que se reconoce pastor y no profeta, le dio a Israel importantes profecías que encerraban un severo castigo debido a las graves idolatrías que habían cometido. A su manera los evangeliza, proclamando el plan de Dios sobre Israel, invitándolo a la conversión.

Jesús en el Evangelio da buenos consejos a sus apóstoles para que vayan a evangelizar.

Mateo es más extenso en su relación, pero Marcos, nuestro compañero del ciclo B, los expone aquí también, aunque de una manera más escueta.

En primer lugar Jesús los envía de dos en dos para que su testimonio tenga más valor, según expresión del Antiguo Testamento y según la fraternidad que proclamó Jesús.

También les da autoridad sobre los espíritus inmundos.

Por otra parte, les pide desprendimiento: “no lleven para el camino nada más que un bastón; ni pan ni alforja, ni dinero”.

También les pide que lleven sandalias pero no han de llevar una túnica de repuesto y es que la pobreza debe ser uno de los distintivos del misionero de Cristo.

Les advierte además:

“Quedaos en la casa donde entréis hasta que os vayáis de aquel sitio.

Si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudid el polvo de los pies para probar su culpa”.

Nos consta, por el mismo Evangelio, que hicieron milagros de todo tipo y volvieron felices a contarle a Jesús el resultado de su misión.

A través de estos consejos, Jesús nos enseña cómo debe ser el que lleva la buena noticia de Dios a los hombres:

Sin seguridades humanas, sin obligar a nadie, sino respetando su libertad y al mismo tiempo resaltando el valor que tiene el Evangelio.

Junto a la humildad de Amós y estos consejos para los apóstoles, encontramos hoy la lección de Pablo a los Efesios, donde nos describe todas las bendiciones que el Dios eterno ha querido darnos a través del gran evangelizador, Jesús:

En su Personahemos sido elegidos por Dios para que sepamos que debemos ser “santos e irreprochables ante Él por el amor”.

También Dios “nos ha destinado en la persona de Cristo”(sin ningún merecimiento nuestro sino)“por pura iniciativa suya a ser sus hijos”.

Por Jesús, “por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados”.

El fruto de su entrega es nuestra salvación.

De verdad, si lo meditamos bien, podemos decir que “el tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche para con nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad”.

Y tengamos en cuenta que todo cuanto ha hecho Jesús y cuanto debemos hacer nosotros, ha de ser siempre para gloria del único Dios y Señor que nos ha salvado y redimido.

Cuando uno recibe un tesoro es responsable de él. Nosotros también somos responsables del tesoro que hemos recibido de Dios por Cristo.

Tenemos el Evangelio de nuestra salvación y estamos seguros de que hemos sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo y este tesoro debemos compartirlo con los demás.

No olvidemos, pues, nunca a este Espíritu del Padre y del Hijo que es la prenda de nuestra herencia. Y sabemos que nuestra herencia es Dios y la compartimos con Cristo nuestro hermano mayor.

Finalmente recordemos que la salvación nos viene siempre del Padre Dios a través de Cristo en el Espíritu Santo.

Una vez másnuestra vida y nuestra misión tienen origen trinitario y que nuestra vida sólo tiene una meta: Dios.