16 de febrero de 2012

VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO B


TODO PUEDE SER NUEVO

Si examinamos nuestra vida personal, fácilmente nos daremos cuenta de que sucede en cada uno de nosotros, algo similar a lo que sucedió en la historia de Israel.
El profeta Isaías recuerda a su pueblo que su pasado no fue tan maravilloso ni mucho menos.
Fue un pasado de pecado: “tú no me invocabas, Jacob, ni te esforzabas por mí, Israel. Me avasallabas con tus pecados y me cansabas con tus culpas”.
Por eso mismo, en su bondad infinita, el Señor pide a su pueblo que no piense tanto en el pasado porque no es tan maravilloso.
Más bien debe pensar en el amor infinito es Dios que fue purificando y limpiando.
“Yo por mi cuenta borraba tus crímenes y no me acordaba de tus pecados”.
¿No puede ser parecido lo que nos sucede a nosotros?
Yo pienso que será mejor que miremos lo que podemos ser y hacer, por la misericordia de Dios, que  perder el tiempo pensando inútilmente en lo que hemos sido.
El Señor nos dice a nosotros como a Israel: “Miren que realizo algo nuevo; ya está brotando. ¿No lo notan?”
Ciertamente que Dios quiere hacer algo totalmente nuevo  en cada uno de nosotros. Él quiere hacer maravillas.
Para que esto sea realidad, la liturgia nos ofrece, por una parte, los consejos de Pablo a los corintios y por otra el poder infinito de Jesús que nos perdona.
Pablo nos da su gran consejo, que es imitar a Jesucristo y que en adelante nuestra vida sea como la de Él: “no primero un sí y luego un no; en Él todo se ha convertido en un sí y todas las promesas han recibido un sí”.
Es Dios mismo quien nos ha sellado y purificado y ha puesto en nuestros corazones, como una prenda suya, el Espíritu Santo para que, a pesar de todo, nuestra vida pueda ser un sí a Dios.
El salmo responsorial nos pide hoy una actitud de súplica por motivo de nuestros pecados: “Señor, ten misericordia. Sáname, Señor, porque he pecado contra ti”.
Y ahora vienen las grandes preguntas:
¿Quién realizará algo nuevo en mí?
¿Quién me dará fuerza para vivir en un sí a Dios como Jesús?
Y ¿quién responderá a mi grito que pide misericordia?
La respuesta la da el Evangelio.
Jesús va a Cafarnaún, su ciudad.
La multitud es grande y no pueden llevar al paralítico hasta el Señor.
Abren un boquete en el techo y descuelgan la camilla delante de Jesús.
Aunque parece que no venía al caso, las palabras de Cristo no son de curación física, sino de curación espiritual:
“Hijo, tus pecados quedan perdonados”.
Los escribas siempre cerca de Jesús aunque no con las mejores intenciones, comentan que es una blasfemia lo que ha dicho el Señor y piensan para sus adentros:
“¿Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?”
Jesús comprende sus pensamientos y pregunta:
“¿Por qué piensan esto? ¿qué es más fácil, decirle al paralítico tus pecados quedan perdonados o levántate, toma la camilla y echa a andar?”
Nos podemos imaginar cómo cayeron al público, y sobre todo a los mismos fariseos, semejantes palabras. Esperarían cualquier cosa menos lo que sucedió, que fue esto.
Jesús “le dijo al paralítico: contigo hablo, levántate, coge tu camilla y vete a tu casa”. Y así sucedió.
Aquel fue el sermón del día.
La gente ya no necesitaba más, sino que glorificaban a Dios diciendo: “¡nunca hemos visto una cosa igual!”
Si no fuera por la fe y por los sacramentos, en los cuales creemos, nosotros diríamos algo semejante.
Sin embargo, ahí aparece claro por qué confiamos en que nuestra vida puede y debe ser totalmente nueva en el Señor y confiar también en que podemos ser fieles ¡y además lo vamos a ser!, y vivir un sí a Dios, a pesar de todas las circunstancias que se nos puedan presentar.
Cristo es Dios.
Cristo con este milagro demostró que tenía poder y Cristo comunicará este poder a los apóstoles cuando les diga el día de su resurrección:
“Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen sus pecados les quedarán perdonados”…
Hermoso domingo para todos porque vemos claramente la respuesta de Dios a nuestra buena voluntad.
Con el Espíritu de Jesús y el perdón de Cristo, estamos seguros de que podremos responder “amén, a Dios para gloria suya”.

José Ignacio Alemany Grau, obispo