8 de septiembre de 2011

XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, CICLO A


Reflexión dominical 11.09.11

PÁGAME LO QUE ME DEBES

Qué ridículo queda el siervo poderoso de que nos habla el Evangelio de hoy.
Lo llamo “poderoso” porque tenía una deuda de millones, si lo traducimos a nuestras monedas.
Jesús, como buen pedagogo, nos da una lección magistral.
El siervo poderoso, ante la amenaza del dueño al que debe tanto dinero, pide misericordia:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
El dueño se conmovió y le perdonó todo.
Por otra parte, un siervo pobrete debe cien denarios, equivalente a cien días de trabajo, a su con-siervo, al que he llamado el siervo poderoso.
Una miseria, en realidad, si la comparamos con la deuda del otro.
El pobre hace la petición a su compañero con las mismas palabras que él utilizó y éste es un detalle magistral de Jesús para resaltar qué ridículos somos unos hombres con otros:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.
Como hemos visto el amo generoso perdonó la gran deuda, en cambio el siervo miserable encarcela al pobrete “hasta que le pague todo”.
Ya se sabe: “el amo” es Dios que perdona a todos las deudas que contraemos con nuestros pecados.
Por eso en los siervos, tantas veces creídos y miserables, estamos bien retratados nosotros.
Dios nos perdonó todo en Cristo y nos abrió los cielos pero nosotros nos peleamos y hasta nos odiamos por unas monedas.
Como conclusión Jesús pide que aprendamos a perdonarnos unos a otros porque “si no perdonamos de corazón a los demás, tampoco Dios nos perdonará”.
Es lo del padrenuestro: “perdónanos porque perdonamos”.
Dios no cuenta las veces que perdona.
Para Él no es aceptable la generosidad de Pedro que decía ¿perdonaré hasta siete veces?
Por eso Jesús, jugando con los números, le contesta: “setenta veces siete, Pedro”, es decir, siempre.
Hoy el Eclesiástico nos recuerda esta misma lección de una manera bellísima que no necesita más comentario que nuestra reflexión sincera:
“Perdona la ofensa a tu prójimo y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas.
¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud a Dios?... No tiene compasión de sus semejantes ¿y pide perdón de sus pecados?
Piensa en tu fin y cesa en tu enojo”.
El salmo responsorial nos presenta el corazón de Dios con palabras que frecuentemente leemos en la Biblia porque llenan de admiración a todas las generaciones:
“El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades… y te colma de gracia y de ternura.
No nos trata como merecen nuestros pecados.
Como se levanta el cielo sobre la tierra, se levanta su bondad sobre sus fieles; como dista el oriente del ocaso así aleja de nosotros nuestros delitos”.
Ése es el perdón de Dios que siempre es bueno tener presente para agradecer y para aprender.
Si somos de Dios, como nos dice San Pablo, y si en la vida y en la muerte le pertenecemos, vivamos para Dios porque en Él está nuestra felicidad.
Para terminar recordamos el versículo aleluyático en el que está el resumen y razón de ser de la enseñanza de este domingo.
Se trata de cumplir el mandamiento nuevo de Jesús Maestro:
“Ámense unos a otros como yo los he amado”. Di la vida para conseguir el perdón del Padre para todos ustedes: ¡Perdónense!
Te aconsejo que no pase este domingo sin que medites cómo está tu corazón y cuántos rencores, antipatías aceptadas u odios tienes en él y si verdaderamente cumples el distintivo cristiano que es imitar al Padre, amando incluso a los enemigos y rezando por ellos.

José Ignacio Alemany Grau, Obispo